"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Destinos en San Sebastián

Destinos en San Sebastián PRIMER PREMIO INTERNACIONAL DE Asociación EL ARKA- COLOMBIA- BOGOTÁ en género Cuentos- 2018 – El mediodía cerníase sobre la ventana de la cocina del departamento de Ainoa Iñurrategi, donde Almudena en la cocina, estaba terminando la cocción del marmitaco de atún. Ainoa ese mediodía, ingresaba al departamento raudamente como era su costumbre diaria; para Almudena, no era agradable, que Ainoa trabajara tanto. Bregaba por ver a su chavala, ya casada viviendo quizás en Bilbao. Su educación no aprobaba que una mujer dedicara tantas horas de su existencia a labores profesionales, soñando con ver a su hija dándole nietos, incrementando la empequeñecida familia. Una vez juntas en la mesa, tratando de ser suave, Almudena aprovechó este tema nuevamente y continuó con sus insinuaciones de siempre. Sin embargo, debió enmudecer, ante la molesta actitud de Ainoa. Sabía que el “clima” no daba para mayores comentarios. La chavala estaba muy atareada con su labor de enfermera en el hospital Donostia de San Sebastián, en Guipúzcoa. Deseaba un ascenso a Jefa de Servicio de la UCI, en el sistema de salud Osakidetza. Amaba su profesión, y cada enfermo a cuidar, significaba algo más allá de sus obligaciones. Para ella, ser enfermera denostaba acompañar a un alma sufriente, que quizás manifestara sus angustias… enfermando aun cuerpo poco resiliente. En sus conceptos, se esforzaba por profundizar su atención, del modo que los pacientes lograran un alivio desde su interior, aceptaran aquello inevitable o se entregaran alegres a una feliz convalecencia. Horas más tarde, ingresaba al Hospital para trabajar en su guardia vespertina y nocturna. Pero, en esta ocasión, su jornada fue bastante ardua para la joven mujer quien había trabajado afanosamente en su turno. Ella sabía que su labor tenía muchas variantes, y que en ocasiones el tiempo sobraba para preparar material quirúrgico o de curaciones, o en otras oportunidades, le era propicio para estudiar preparando sus exámenes de perfeccionamiento. Sin embargo, esa noche recién comenzada ya ,totalmente ajetreada, caminando rápido por los corredores, se encontró en la recepción de la enfermería, con un paciente recién ingresado, percibiendo un correr eléctrico en todo su cuerpo y sin poder evitarlo, sus ojos cruzaron la mirada azul del joven. Quedó embelesada con Koldo Guréndez quien le sostuvo el contacto y comentó que no debía haber comido tanto. Pero entre cantos de “bilbainadas” habíanse hartado de degustar pintxos y de beber txacolí con su cuadrilla. Refirió no estar muy bien de salud como para esos excesos. Ante los interrogantes de Ainoa, Koldo negó tener algo malo, solo un gran cansancio. Ainoa, subyugada por el joven, no captó esta vez, alguna patología más severa, contentándose con el relato que seguía. Le comentó ser docente de Lenguas y Literatura en la Universidad de Deusto. Era de Vizcaya y vivía en San Sebastián. Ainoa se sintió interesada y de inmediato se dispuso a su internación, dándole las primeras atenciones, continuando con los tratamientos según las indicaciones médicas impartidas. Las horas transcurrieron con una conversación amena hasta su paciente lograra dormirse. La noche se volvió serena, y fue deslizándose como una sensación dulce en el interior de la joven. Terminada la jornada de actividad, Ainoa al salir al vestíbulo, se encontró sorpresivamente,con Koldo quien ya había recibido por parte del doctor de guardia, su alta médica y comentó que su seguimiento se haría ahora, por consultorio externo. Agradeciendo su trato y atención, le extendió su tarjeta de presentación, ofreciéndole sus servicios, quizás útiles para alguna corrección. Ella le quedó mirando absorta por sus ojos dulces y profundos. Después de la guardia, ya regresada, se entregó al descanso reparador, en su casa en la mañana bien temprano. Cuando despertó ya era mediodía. Pese a sentirse jaquecosa y con agotamiento, se encontraba distinta, con una sensación agradable en su interior. Esto fue notado por Almudena de inmediato. Mientras preparaba bacalao al pil pil, preguntó a qué se debía el nuevo ánimo. Su chavala, no supo contestarle. Había llamado Begoña, una amiga de Ainoa recién casada y Almudena aprovechó para recordar sus intenciones insistentes con su hija. Trató de sobresalir el comportamiento de Begonia, quien acababa de comprarse con su marido, un baserry e instalarían una granja dedicando su labor al campo. Comenzó a evocar –como lo hiciera reiteradamente- sus épocas juveniles donde allí todos hablaban en Gascón. Era la vida rural de Guispúzcoa. Ainoa se quejó con molestia aduciendo que imaginaba a su amatxu, esclavizada por el sistema de antaño, sirviendo a su hermano beneficiado por el mayorazgo. Molestas las dos se entreveraron en una discusión, donde Ainoa reprochaba que su ama no había estudiado, ni aprendido castellano y solo manejaba el euskera y el gascón -que aún recordaba algo desde su infancia-. Mientras se manifestaba, Almudena trataba de imponer sus creencias justificando las costumbres antiguas, pues las mujeres se dedicaban a la administración del caserío. Ainoa por último, cerró la discusión con una idea refundente, sobre su aitachu, José iñarrutegi, insinuando que él había salvado a su ama, con el matrimonio, alejándola de las obligaciones del baserri. Almudena enmudeció inicialmente, pero después entró en espasmos sollozantes revelando a su hija verdades calladas durante muchos años tristes. La infidelidad de su difunto marido le había extinguido el ánimo y la autoestima. José le exigía ella durmiera con la niña, mientras se convertía en un polígamo sin pausa, obligándola a un cepo sexual. Al notar a su amatsu angustiada, con ternura, debió tranquilizarla y transmitirle que la actitud masculina en el presente que compartían, era ya diferente y la sociedad estaba en la búsqueda de lo igualitario. Sin embargo, Almudena inquirió considerar a las mujeres modernas como “sobrecargadas”. Pero, Ainoa profirió no haber estudiado una carrera inútilmente, contradiciendo al deseo de su ama consistente en que ella se casara, llevando una vida de sacrificios. Almudena calló. Continuó aún con varias lágrimas rodando por sus mejillas, mientras balbuceaba algo inaudible en Euskera. Ainoa la besó en la frente, abrazándola con ternura. Trató nuevamente de calmarla y le aseguró encontraría un marido quien le respetare en sus gustos e intereses. Las dos mujeres quedaron silenciadas, mientras en la calle muy transitada, el Euskotran, el tranvía de Vitoria, circulaba demasiado atosigado por el gentío que a esas horas, hacía a todos volver a casa. La madre, ignoraba todavía que una renovada Ainoa, sentía ahora, ilusiones palpitantes en su corazón joven. Albergaba esperanzas despertadas por esa mirada azul. Más tarde hurgó en su bolso tomando la tarjeta recibida en la madrugada. Sin más dudas finalmente llamó… El tiempo durante el transcurso de ese año, fue demasiado corto. Esa tarde trémula, ingresaba una música lenta y melódica, probablemente proviniente de otras ventanas de edificios vecinos, mientras Ainoa miraba el crepúsculo con sus ojos húmedos. Almudena se le acercó muy despacio, pegándose a ella. La abrazó como protegiéndola del frío que se encaprichaba en introducirse desde afuera. El invierno ya estaba instalado y las dos mujeres, presas del destino, acariciaban el vientre prominente de Ainoa. La primavera próxima, quizás les regalaría la continuidad de Koldo. De un Koldo que formaba ya, parte de las estrellas que asomaban tímidas entre las nubes del incipiente cielo nocturno. ©Renée Escape

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